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Personal Work
Adios, señor Chips
(...) El silencio repentino cuando se sentó en su sitio en el estrado; el ceño fruncido que puso para disimular el nerviosismo; el alto reloj haciendo tictac detrás de él y el olor a tinta y barniz; los últimos rayos rojizos que entraban, inclinados, por los vitrales de las ventanas. Una tapa de pupitre se cerró de golpe: rápido, tenía que pillar a todos por sorpresa; tenía que demostrar que no era tonto.
-Usted, el de la quinta fila, el pelirrojo, ¿cómo se llama?
-Colley, señor.
-Muy bien, Colley, cien líneas.
Y, a partir de ahí, todo como la seda. Había ganado el primer asalto (...)
(...) Llevaba una toga que se deshacía de vieja y, cuando se subía al banco de madera, junto a las escaleras del auditorio, para pasar lista, adoptaba una actitud de abandono místico, como si fuera un rito. Sujetaba la lista de alumnos, una hoja larga, enrollada en un sujetapapeles, y los chicos, al ir pasando, decían su nombre para que Chips lo verificara y pusiera la señal de asistencia. Esa mirada de verificación era uno de los objetos de imitación predilectos en todo el colegio (...)
(...) No tenía preocupaciones, la pensión era suficiente e incluso disponía de unos ahorrillos. Podía permitirse todo lo que se le antojara, cualquier cosa. El mobiliario de la habitación era sencillo, de estilo profesor: unos pocos estantes de libros y trofeos deportivos; la repisa de la chimenea colmada de tarjetas y fotografías firmadas de niños y de hombres; una gastada alfombra turca; butacas cómodas; cuadros de la Acrópolis y del Foro en las paredes. Casi todo procedía de su antigua habitación de tutor del internado. (...)
(...) Se dieron la mano en la puerta.
-Adiós, muchachito.
-Adiós, señor Chips...-le respondió con una voz aguda.
Chips volvió a sentarse junto al fuego con el eco de esas palabras en la cabeza. "Adiós, señor Chips...". Una novatada antigua: hacer creer a los nuevos que su verdadero nombre era Chips; era una tomadura de pelo casi tradicional. A él no le molestaba. "Adiós, señor Chips...". Se acordó de la víspera de la boda, cuando Kathie lo despidió con esas mismas palabras, burlándose un poco de él por lo serio que era entonces.
Y pensó: "Hoy, nadie diría que soy serio, eso seguro".
De pronto, se le escaparon unos lagrimones: debilidades de un viejo, quizás, pero no pudo evitarlo. (...)
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